Expectativas
Empecemos con la definición de esta palabra tan maravillosa, cito a la RAE:
- Esperanza de realizar o conseguir algo.
- Posibilidad razonable de que algo suceda…
Lo que esperamos que suceda
Hermosa palabra, llena de esperanza, ilusión, emociones positivas y hasta sentimientos. Podríamos incluso decir, pensar y sentir que el tener todas estas sensaciones es motivacional, nos mueve, nos impulsa, nos estimula. Dedicamos horas en visualizar determinada situación poniendo todas nuestras energías para que eso se dé de una manera u otra, emocionados a más no poder, muchas veces lo apostamos todo, nos proyectamos en la situación ideal. Creemos que todo saldrá como nosotros esperamos, que todo se dará de una forma perfecta encajando como anillo al dedo en nuestra vida y en ese preciso momento, en ese instante cuando todo se cumpla, cuando todo se dibuje en una línea perfecta, seremos felices, encontraremos la paz y estabilidad mental tan buscada.
Pero… ¿no estamos poniendo nuestra felicidad en manos de la fe? ¿Acaso no es lo mismo esto que creer en Dios, la fuerza del universo, o cualquier cosa en la que creas? ¿Es nuestra felicidad un acto de fe? ¿Es nuestra felicidad tan poco probable que la basamos en expectativas a cumplir?
La combinación entre pasado y futuro
Cuando esperamos que algo suceda, lo hacemos porque hemos aprendido que ese algo sucederá. Esperamos despertarnos porque lo hacemos cada día, esperamos el autobús porque pasa cada diez minutos, etc. Entonces, las expectativas tienen sus raíces en las experiencias que hemos tenido a lo largo de nuestra vida (lo que hemos aprendido que sucederá), en nuestros deseos (lo que queremos que suceda) y también en evaluaciones propias de si podemos o no alcanzar ese objetivo. Estas evaluaciones serán en algunos casos casi automáticas, en otros más irracionales y en ciertas ocasiones serán un poco más pensadas, más lógicas. De esta manera, llegamos a la conclusión de que las expectativas están basadas en el pasado (nuestras experiencias anteriores) y el futuro (nuestros deseos).
Las personas y situaciones no nos decepcionan, lo hacen las expectativas que ponemos sobre estas
Pongamos un ejemplo práctico que todos conocemos: nos presentan a alguien, el cual nos cae especialmente bien, tenemos una conversación amena en donde lo encontramos atractivo, bien vestido y con sentido del humor. A partir de allí, sacamos conclusiones de que es una buena persona porque tuvimos una charla pausada y tranquila, se sabe adaptar a las circunstancias porque se veía aseado y con ropa adecuada para la situación y es bastante estable emocionalmente porque sabía reírse del entorno (sin faltar el respeto) y de sí mismo. Todo esto lo hacemos casi de forma inconsciente sin saber si es verdad. Quizás esa persona ese día tenía ganas de conversar, tenía puesta su única mejor ropa y su sentido del humor se debía a unas copas de más.
Como la persona nos ha gustado y deseamos que haya otro encuentro, deseamos que sea como nosotros esperamos. ¿y si nos preguntamos qué pretendemos de esa situación? Seguramente caigamos en la cuenta de que nos apetece no estar solos (al menos en ese momento), nos gustaría conocer a alguien para compartir nuestro tiempo y buscamos una estabilidad emocional para poder estar relajados. Las expectativas no son reales. Debido a esto proyectamos en la persona que conocemos lo que nosotros ansiamos. Desearíamos que la otra persona nos calme dicha ansia, que llene nuestros vacíos. Somos muy hábiles para auto-engañarnos y nos creamos laberintos mentales para no enfrentarnos con la realidad. Las expectativas son en muchos casos disfraces del miedo encubierto, de la frustración, de la ansiedad.
El hecho de esperar que una situación nos sea favorable de una manera u otra nos ayuda a poder enfrentarla con mayor aplomo. El imaginar que alcanzaremos ciertos objetivos o situaciones nos prepara para saber cómo actuar cuando llegue ese momento tan esperado. Desde esta perspectiva las expectativas son sumamente positivas ya que nos preparan para actuar de forma acertada en distintas situaciones.
Entonces a nivel emocional… ¿son las expectativas positivas o negativas?
El problema de todo radica en qué tan reales (dentro de las posibilidades) son esas expectativas. Volviendo al ejemplo anterior, no es lo mismo tener las expectativas mencionadas, a pensar que como tuvimos una conversación amable y en sintonía nos propondrá matrimonio. Otro buen ejemplo de irrealidad que se utiliza a menudo es pensar que si eres buena persona nada malo te podrá ocurrir, lo que sería básicamente creer que si tu actúas correctamente solo tendrás acciones positivas del resto del mundo hacia ti. Es evidente que no nos libramos de problemas por ser buenos.
El “todo saldrá bien” es bastante parecido, cuando sabemos de sobra que si no trabajamos en nuestro proyecto las cosas seguramente no saldrán bien. Las cosas no salen bien solo por desearlo, debemos tomar acción para que lo hagan. Un gran ejemplo de expectativas poco reales es el creer que podemos cambiar a la otra persona, ejemplo clásico en parejas. En este ejemplo se ve claramente la irracionalidad del concepto. Nunca alguien va a cambiar porque yo quiero que lo haga, es como pensar que quiero que el agua deje de ser agua, única y exclusivamente porque yo deseo que sea vino. La otra persona cambiará solo si ella quiere hacerlo, nunca porque yo lo anhele.
Toda esta falta de realidad en las ambiciones a lo único que puede llevar es a sentirse fracasado, frustrado, no comprendido, enfadado, decepcionado, etc.
La solución es tener expectativas realistas
- Las expectativas realistas van en consonancia con nuestros deseos, pero no exceden nuestras capacidades.
- No se espera que las cosas sucedan mágicamente, por lo tanto, se tomará acción en lo que se quiere lograr. Ya sabemos que la expectativa en sí no es real, pero podremos lograrla si trabajamos en ella, haciéndose más tangible en un futuro posible. El hecho de generar una acción hacia el deseo hará que se tenga más confianza en uno mismo, porque la acción que se emprenda ayudará a sentirse más seguro del trabajo o la situación que se quiera afrontar (ahora es un hecho que estoy preparado para que se cumpla mi expectativa). Habrá menos probabilidades de que algo salga mal. Aumentaré las posibilidades de que mi deseo se cumpla poniendo empeño y anticipándome a problemas que puedan surgir.
- El ser responsables entre lo que deseamos y lo que hacemos para que se cumpla, es básico. Al aceptar que la expectativa no es real, estaremos dispuestos a trabajar en ella y si algo sale mal, estaremos dispuestos a enmendar nuestro error buscando soluciones. Ya no buscaremos culpables de nuestra situación, asumiremos nuestra responsabilidad en los hechos. De esta manera no existe lugar para posiciones victimistas.
- El hecho de ser más realistas con las expectativas nos hace centrarnos en nuestro presente y por lo tanto empezar a nivelar nuestra ansiedad. Llegamos a esta conclusión porque si interiorizamos que las expectativas son solo probabilidades y no seguridades, entenderemos que es inútil poner toda nuestra fe en el futuro. Si deseamos algo y luchamos por ello desde el presente seremos más felices. Ya no le daremos tanto valor al resultado porque entenderemos que por más que trabajemos, luchemos, seamos responsables, busquemos soluciones, etc. hay cosas que no podremos controlar. Solo podemos controlar el presente de nuestras acciones.
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